
Tan bien le iba a Martín con su carrera de payaso, que enseguida empezó a trabajar en una plaza y a ganar fama con su espectáculo. El Payaso Polvorita (ese era su nombre artístico) se había convertido en una de las principales atracciones de los domingos en la plaza principal del pueblo. Cada vez que tenía que irse de su casa para actuar en la plaza, escondía en la mochila su maquillaje, su nariz roja, sus zapatos gigantes y su ropa de colores, y le decía a sus papás que tenía que ir a jugar un partido de fútbol. Y ellos, de lo más contentos. Hasta el día en que, atraídos por la curiosidad, quisieron ir a ver el espectáculo del Payaso Polvorita, del que todos hablaban maravillas.

Los papás de Martín llegaron a la plaza y se ubicaron en primera fila para ver la función.
No reconocieron a su hijo detrás del disfraz de Polvorita, y por suerte, tampoco él vio a sus papás entre el público. Éstos se divirtieron tanto con la función que casi les empezó a doler el estómago de la risa. Tras el espectáculo, el papá de Martín quiso ir a saludar personalmente al payaso, para felicitarlo. Martín estaba tras el escenario, terminando de sacarse el maquillaje, cuando de pronto vio a su papá acercándose. Se quedó congelado, igual que su papá al darse cuenta de que el Payaso Polvorita era, en realidad, su hijo Martín. Ambos se quedaron un rato mirándose sin saber qué decir, hasta que finalmente el papá rompió el silencio. Martín creyó que lo iba a retar, pero en cambio, le dio un abrazo y lo felicitó. “Me hiciste sentir muy orgulloso”, le dijo. “Cumpliste tu sueño de convertirte en payaso, aún cuando yo te quise obligar a cumplir el mío de ser futbolista. Espero que puedas perdonarme”. Por supuesto que Martín lo perdonó, de la misma forma en que su papá lo perdonó por su travesura. Y desde ese día, toda su familia lo fue a ver actuar siempre que pudieron, y siempre se sentaban en primera fila y festejaban con carcajadas cada nueva payasada que Martín agregaba a su espectáculo. Publicado por Cuenterete.

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