Hace mucho tiempo, allá por el Puente de los Carros, vivía un hombre muy pobre con tres hijos. Cuando murió los tres muchachos tuvieron que repartirse lo poco que en el rancho había: un caballo para el mayor, un chanchito para el del medio y un gato para el menor.
El pobre chico estaba muy preocupado porque había recibido un animal que no le serviría para nada. Su hermano mayor conseguiría trabajo en alguna estancia. Teniendo caballo era muy fácil. El segundo transformaría al chancho en delicioso chorizos y los vendería en la ciudad. Se compraría otros chanchitos y repetiría la historia.
Pero él, ¿qué haría con ese gato? No era posible hacerlo pasar por liebre, todos se darían cuenta, era muy flaco y bigotudo. Además, tampoco podría ofrecerlo para cazar ratones ya que en los campos de alrededor cada vecino tenía por lo menos diez mininos para ese trabajo.
Comerse el gato y hacerse un abrigo con su piel era su única posibilidad.
-¡Qué será de mí!¡Soy un gaucho pobre : sin caballo, ni poncho, ni algún animal para engordar. Sólo un gato flaco y bigotudo! ¿Qué vida me espera?
Para su sorpresa, el animal le respondió como si fuese un humano:
- No te preocupés, patrón. Conseguime una bolsa y un par de botas y verás cómo logro cambiar tu suerte. Tu herencia será mucho más importante de lo que vos pensás. ¡Animate, vamos!
El muchacho estaba asombrado, aunque ya lo había visto antes cazar ratones con gran habilidad. También esconderse haciéndose el muerto o colgarse de sus patas de atrás…
Al final, no era raro que le gato también hablase. Ni tampoco que lograse sacarlo de sus pobreza…Habría que hacerle caso. Se fue para adentro del rancho y salió con un par de botas acordonadas que su papá había usado hacía muchísimos años.
Eran tan buenas que le habían permitido ganar un campeonato de malambo zapateando un día seguido y sacándole chispas al piso. Ni bien el gato se las puso el muchacho vio que le quedaban al pelo, aunque tuviesen dos agujeros redondos por donde salía olor a patitas de gato. Le alcanzó una bolsa vieja y agujereada que pudo encontrar. Era la única que quedaba y para colmo, la que le servía de frazada…
De todos modos, estaba lleno de esperanzas y confiaba en que el morrongo lograría sacarlo de pobre. Éste se marchó rápidamente a conseguir lo que había prometido. Tenía las patas de atrás calzadas en las botas y las dos delanteras sujetando la bolsa. A ella primero le zurció los agujeros. A la suela de las botas le tapó las ventanitas del olor con dos trozos de cartón viejo. Se fue por un maizal donde había visto unas liebres. Antes, llenó la bolsa con pasto rico y verde.
En cuanto se metió entre las plantas, la puso como trampa. Al rato cayó una liebre entusiasmada y hambrienta.
Como el gato le había puesto a la bolsa una soga, tiró un poco de ésta y ¡Zas! Liebre encerrada. Muy feliz con lo obtenido se fue hasta una gran estancia donde vivía Don Olegario, su dueño.
-¡Buenos días Don Olegario-dijo el gato al llegar - Acá le traigo un regalito de parte de mi patrón. Es una liebre que le manda el Marqués de Pategrás para que se haga un escabeche…
-¡Muchas gracias!-contestó el estanciero- Decile a tu patrón que se lo agradezco muchísimo. La liebre en escabeche me encanta.
A los pocos días el gato repitió la operación con unas perdices que vio entre los trigos de un campo cercano al Puente de los Carros y volvió a ver a Don Olegario.
-¡Cuántas molestias se toma tu patrón! – dijo el hombre-¡A mí los escabeches me pierden!¡Muchas gracias!
Sucedió lo mismo durante varios meses hasta que un día el gato se enteró de que Don Olegario iría con su hija a pescar al arroyo. La chica era una excelente pescadora y además muy hermosa.
-Andá mañana al arroyo y metete en el agua cuando yo te avise, patrón- ordenó el gato a su dueño- y verás lo que hago por vos.
El muchacho le obedeció. Metido en el agua hasta el cuello vio que llegaba el estanciero con su hija y algunos peones. El hombre y su bella hija en un sulky con capota, los otros a caballo.
-¡Ayúdenme por favor!- maulló el gato-¡Mi patrón se ha quedado atrapado en el barro del fondo y no puede salir! ¡Él es el Marqués de Pategrás!
Don Olegario reconoció al amable gato que tantos regalos le había hecho. Ordenó a sus peones que enlazaran al marqués y lo sacasen del embrollo con la fuerza de los caballos. Se hizo esto de inmediato. Al mismo tiempo el astuto minino le avisaba al hombre que a su dueño algún ladrón le había robado las bombachas…
-¡Vayan a la estancia y traigan bombachas para este hombre!- ordenó esta vez Don Olegario- Es mi amigo el Marqués de Pategrás. Busquen en mi ropero y traigan las batarazas* que usé para mi casamiento. Seguro que le quedarán bien…Yo pesaba como treinta kilos menos en ese tiempo.
Don Olegario nunca había conocido a alguien tan importante como un marqués y ahora quería aprovechar la oportunidad de ser amigo del Marqués de Pategrás. Cuando regresaron los peones con la ropa para el muchacho, resultó que le habían traído un traje completo de gaucho y de la mejor calidad.
Al vestirse con él, le quedó a la perfección. ¡Parecía un domador del Festival de Jesús María! Ni qué decir los ojos de la hija de Don Olegario al contemplarlo. Casi se cayó sentada de tanto amor que le nació en el corazón…Y al falso Marqués le pasó lo mismo. El estanciero, por su parte, dejó la pesca para otro día. Resolvió invitar a su nuevo amigo:
-Véngase para la estancia, Don Marqués. Suba al sulky que lo llevo. Tomaremos unos mates mientras se hace el asado-dijo con ganas de recibir en su estancia a un personaje tan importante.
-¡Gracias señor, con todo gusto!-respondió el dueño del gato- Se ha escapado mi caballo y he quedado de a pie-siguió como disimulando. Trepó al sulky justito al lado de la hija de Don Olegario. Ella bajó los ojos y se puso colorada como las margaritas del campo. Se prepararon para el regreso a la estancia.
El Gato con Botas se adelantó por un camino de tierra que era más corto. Al pasar por un campo donde un tractor araba para sembrar soja, le hizo señas al conductor. Éste se arrimó al alambrado y el micifuz le pidió:
-Oiga, cuando pase el sulky de Don Olegario, usted salude, por favor. Si le comenta algo de este campo, dígale que está trabajando para el Marqués de Pategrás. Si no lo hace, le pongo una laucha dentro del motor del tractor y verá qué bien marcha entonces.
Pasó el sulky con sus tres pasajeros. El asunto ocurrió como el gato había ordenado. Él, por su parte, siguió hacia la estancia y se topó con la fábrica de dulce de leche, el más rico de esos pagos.
Al encargado de la fábrica le dijo:
-Oiga, cuando pase el sulky de Don Olegario, usted salude, por favor. Si le comenta algo de esta fábrica, dígale que está trabajando para el Marqués de Pategrás. Si no lo hace, le pongo una laucha dentro de las ollas del dulce y verá qué rico le sale entonces.
Pasó el sulky con sus tres pasajeros. El asunto ocurrió como el gato había ordenado.
Don Olegario estaba maravillado. Tanto que después de muchos mates, treinta empanadas, diez kilos de asado, cuatro docenas de pastelitos y tres damajuanas de vino exclamó:
-¡Qué buena pareja hacen uds., Don Marqués y mi hija! ¿No les gustaría casarse? Pueden vivir aquí. Les hago un rancho lindo, con aire acondicionado y una pileta de lona para el verano si se deciden.
El dueño de la estancia creía muy conveniente unir sus vaquitas a todas las riquezas del Marqués. Estaba convencido, además, de que la idea de casamiento con ese hombre a su hija no le disgustaba para nada. A ella y al muchacho les pareció estupenda la propuesta.
Celebraron la boda al poco tiempo con una fiesta grandísima con escabeches, lechones, tortas fritas y todo lo que se les ocurra.
El recién casado se dedicó a ser feliz y a las tareas del campo. Era muy trabajador y sabía alambrar, hacer el tambo, domar potros, sembrar y cosechar. Su suegro estaba encantado…
¿El rancho con aire acondicionado y pileta de lona? El más lindo del pago y el más alegre: en él sólo vivía gente feliz.
¿Y el gato? Tuvo asegurado por el resto de su vida un menú completo de ratones a los cuatro quesos y botas nuevas y relucientes nunca le faltaron.
Y colorín, colorrotas,
éste fue el cuento
del GATO CON BOTAS.
María Alicia Esain, escritora argentina. Versión libre del clásico cuento el Gato con Botas.
1 comentario :
¡Qué bueno andar por aquí!
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