Danucho contaba con cuatro octubres esa mañana cálida de diciembre cuando despegó sus redondos ojos azules tras una noche movidita en la que su almohada fue la única y privilegiada testigo de los extraños sobresaltos que lo sacudieron esa noche, donde el cielo de color azul se tiñó de estrellas plateadas.
Cuando su mamá lo saludó a la mañana, Danucho se preguntó si ella sabría por qué no había podido dormir. ¿Por qué?–se preguntó- si ayer su noche había sido tan perfecta, cargada de ángeles que lo protegían y jugaban con él. Sin embargo, Danucho experimentó que en la vida, a veces, puede haber problemas (como cuando te enfermás) y se dijo a sí mismo que lo averiguaría.
Y fue así que Danucho, satisfecho, empezó con su cuestionario. La mamá, aturdida, intentó explicarle que había dormido mal, porque las “pesadillas” se habían apoderado de su sueño. Al oír la palabra “pesadilla” (nueva en su diccionario), el niño – después de las muchas explicaciones de su mamá- entendió que aquella palabra significaba dormir mal y perturbado. Por ejemplo, “pesadilla” podía ser soñar con unas ricas tortas de chocolate cuando la barriga cruje de hambre, o peor aún, imaginarte que tu equipo preferido de fútbol pierde contra su archirival la final de una copa internacional; y sin querer saber más, pues ya había comprendido, Danucho salió al jardín.
Y allí contempló las flores y plantas que adornaban el parque, dándole un aspecto de bosque pequeño. Y volvió a cuestionarse por qué Dios había “inventado” todas esas cosas, y se le ocurrió que esta vez no se lo preguntaría a su mamá, sino al jardinero que trabajaba en el fondo de su casa.
Después de una larga conversación con ese señor de bigotes blancos, Danucho corrió al living de su casa para contarle a su mamá todas las novedades que había descubierto sobre la variedad de flores y plantas que uno podría encontrar en el mundo.
Cuando finalizó aquel monólogo (sólo él hablaba y su mamá escuchaba), Danucho se acercó a la ventana y contempló desde el amplio living de su hogar la cantidad de gente que iba y venía de acá para allá y, se fijó muy bien que muchas de ellas no caminaban, sino que manejaban autos, motos, bicicletas, taxis y colectivos (¡¡¡éstos iban repletos de personas de todas las edades!!!).
En ese momento, el chico -que antes había creído que el mundo sólo eran sus papis y él- entendió que en el planeta tierra (donde todos vivimos) hay millones de cosas maravillosas, las que uno puede descubrir todos los días.
Solamente hay que estar bien atento a ellas, porque pueden aparecer en cualquier momento, como por arte de magia.
Esas increíbles cosas que nos rodean y no nos damos cuenta de ellas muchas veces, pueden estar en un sueño, en un jardín, o quizá, las podemos contemplar y disfrutar desde lo alto de una ventana.
Naty (amorporlainfancia@gmail.com)
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