Primer día de clases, pero no de escolaridad
La mayoría de los chicos entra a primer grado con varios años de guardería y jardín encima: son pequeños veteranos.
Tienen seis años, o los cumplirán antes del 30 de junio. Están contentos, no sienten nervios pero los anima el cosquilleo de la expectativa. Lo que más les atrae es estrenar uniforme o guardapolvo, portar mochila más grande y saber que harán amigos nuevos. O reencontrar a los conocidos.
Pocos perciben que les espera una disciplina diferente, y que esos cuatro cuadernos que mamá forró y etiquetó prolijamente significan mucha tarea por delante. Un cuaderno de clases; otro para deberes; un tercero para comunicados, y el cuarto para las pruebas. Todo eso y bastante más tendrán que completar, entre marzo y diciembre.
Para esta camada, el de mañana será su primer día de escuela. Pero no de escolaridad, estrictamente hablando. Aunque buscamos, no pudimos encontrar un niño que no haya hecho generalmente un año de guardería, otro en salita de cuatro y un tercero en el jardín de infantes, que ya es obligatorio.
Dentro del vasto espectro social, es casi imposible encontrar un infante que llegue virgen al ciclo lectivo. Estos precoces veteranos saben lo que es formar fila, saludar a la bandera y a la señorita, ansiar el recreo. Más de uno incluso ya sabe lo que es ser mandado a la dirección, o dejado en penitencia.
Presente y pretérito. Antes de empezar la primaria, el chico de ahora pasó la mitad de su corta existencia asistiendo a algún establecimiento con aulas y pizarrones, y manipulando lápices y ábacos.
Esta saludable práctica tranquiliza a los padres. Parte del tiempo que ellos están fuera de casa, sus hijos lo pasan en un jardín maternal aprendiendo a socializar. En muchos casos, así se van asegurando el disputado banco para los ciclos obligatorios.
En cuanto a los docentes, la mayoría confiesa que no se explica cómo hacían sus predecesores, cuando los alumnos caían a primero inferior con nulo o escaso aprestamiento manual y oral. Pero lo más importante es el chico, ese educando a quien la experiencia exime de angustias y sarpullidos.
La clásica escena de llantos incontenibles, tan comunes en el pasado y producto de la primera separación física de la mamá y los hermanitos, ha dado paso al uso exagerado de cámaras fotográficas que plasman el debut de la camisita con corbata o la pollerita tableada. Y también del guardapolvo blanco, mucho menos emblemático que en el glorioso tiempo pretérito de la educación argentina.
Lavoz.
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